Eran
cuatro. Me seguían desde hacía dos calles, y no me habían alcanzado gracias al
tránsito, que aprendí a esquivar. Pero faltaba para llegar a mi casa y estaba
segura de que iban a empezar a correr para agarrarme. Entonces entendí por qué
no me dejan salir estando en celo.
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